III
Ya en dirección Sigüenza cruzamos por delante de unas salinas muy bien
conservadas. Al parecer, cuando pasaron los primeros coches, un
paisano les explicó que el Mar Mediterráneo llegaba hasta allí hace
1.300 millones de años. Nosotros, como íbamos por detrás, nos tuvimos
que conformar con lo que veíamos, sin explicaciones. Corrimos,
corrimos… y les alcanzamos. Fuimos cubriendo los 25 km que nos
separaban de Sigüenza, como a tandas. Los primeros se fueron a visitar
el Castillo y el Parador y luego todos aparcamos junto a la Plaza del
Ayuntamiento para dirigirnos hacia la Catedral. Fue entonces cuando
los más rezagados conocimos a Raúl Escrivá y su amigo y futuro itakeño
Joan, que habían llegado por la mañanita, cargados de maletas porque,
junto con Chema, se nos iban a hacer las américas, empezando por New
York. Como ha dicho Marta muy acertadamente, se trata de un tío
"encantador y muy equilibrado, no os creáis, que los delirios los deja
para los escritos".
Entramos en la famosa catedral de Sigüenza, donde reposa el Doncel. Y
como varias itakeñas mostraron su curiosidad por conocer la historia
del joven, pues mientras Ane recuperaba el sueño perdido en
Guadalajara, yo me he documentado y os la cuento:
"Martín Vázquez de Arce, EL DONCEL DE SIGÜENZA.
Militar, humanista, muerto en la Guerra de Granada, 1486.
Enterrado en la Catedral de Sigüenza, recostado y en lectura eterna.
Don Martín Vázquez de Arce nació en algún lugar de Castilla y se puso,
desde muy niño, al servicio de los Mendoza de Guadalajara, ciudad en
la que su padre ejercía de secretario particular de esta familia,
residiendo en la ciudad del Henares. Formado en las artes, las letras
y las armas, ejerció como paje del primer duque del Infantado,
acompañando a las tropas castellanas en diversas campañas guerreras en
la Vega de Granada. En el mes de julio de 1486, contando con 26 años
de edad, cayó en una emboscada tendida por los árabes en las fangosas
tierras de la vega granadina, donde fue alcanzado por las espadas
islámicas, muerto allí, recogido su cuerpo por su padre, y llevado a
Sigüenza años más tarde, donde la familia había adquirido, en la
Catedral, una capilla de la cabecera, a la que dio título de San Juan
y Santa Catalina, y allí se puso, el primero de todos, el cuerpo de
Don Martín Vázquez de Arce. Su hermano Fernando, obispo de Canarias,
encargó la estatua yacente para su sepulcro. ¿A quién?. Nunca se ha
encontrado el documento que lo acredite, pero parece muy verosímil que
fuera tallada esta famosa estatua en los talleres de escultura de
Sebastián de Almonadic, en la ciudad de Guadalajara, hacia 1492.
El Doncel de Sigüenza estuvo casado con misteriosa dama, y tuvo de
ella una hija, Ana, que le sucedió en apellidos y heredó algunos
bienes, pocos. La familia de los Arce mantuvo siempre la capilla
catedralicia en la que se enterraron años después los padres del
Doncel, sus hermanos, sobrinos, tíos, etc. Hoy es una de las más altas
sensaciones estéticas que pueden gozarse: entrar en la catedral
medieval, avanzar por la nave de la Epístola, cruzar el crucero y
llegar ante la soberbia reja de Juan Francés, para penetrar en esta
capilla, en la que la luz mortecina y marfileña de la altura estrecha
baña de poesía, irrealidad e intemporalidad el recinto.
El Doncel yace, en alabastro tallado, tumbado con las piernas
cruzadas. Es un caballero que ha muerto peleando "en Cruzada" contra
los infieles. Tiene un libro en las manos y medita, con la mirada
perdida sobre el suelo, después de haber leído. En el pecho luce la
colorada cruz de la Orden de Santiago, de la que es caballero. A los
pies, sobre su celada metálica, un pajecillo le mira y llora. El
Doncel de Sigüenza es la representación máxima de la cultura medieval,
el uso de las armas para defender la fe y la lectura para alcanzar la
sabiduría".
Más información: www.aache.com/alcarrians
En fin, como podéis ver, era algo menos que doncel porque estaba
casado. Que si doncella quiere decir muchacha virgen pues… De
cualquier modo, se trata de una de las esculturas sepulcrales más
famosas del mundo y es la joya de la escultura funeraria gótico
renacentista.
Después de semejante empacho de cultura encontramos la ermita del
Humilladero, que es donde está enclavada la Oficina de Turismo pero…
justo enfrente encontramos un bar y allí nos quedamos. Finalmente nos
dirigimos a los coches a través de la calle San Roque, con lo que
podemos decir que pasamos de la ciudad renacentista a la medieval y
que, aunque brevemente, descubrimos la preciosa ciudad que siempre nos
esperará en Guadalajara.
Como no se puede ir chupando rueda continuamente pues también aquí,
los rezagados pegamos un empujón y, antes de irnos definitivamente,
pasamos un momento por el Parador del Castillo.
Aquí puede decirse que empieza a terminar el encontronazo (jeje, vaya
estilo, "empieza a terminar"!, ni el Cervantes ese!), porque la
avanzadilla catalana se nos despide. Silvia, Elena y Alba, por un
lado, y Pedro por el otro, enfilan hacia Barcelona.
El resto volvemos al albergue a comer y preparar las despedidas que se
sucederán a lo largo de la tarde. Solo cabe destacar una conversación
de sobremesa que llegó a mis oídos porque la Ane me había abandonado
por la zona. Nati les hablaba a sus compañeros de mesa,
fundamentalmente a Javivi, que no había ido a Sigüenza a la mañana,
sobre unas salinas que había en las cercanías, que hace unos 130 años
estaban cubiertas por el Mediterráneo. Y JaviVi respondía, con toda
seriedad, que entonces Guadalajara tendría comprado algún sofisticado
sistema anti-tsunami, más que nada para evitar sorpresas
desagradables. Pero claro, los comensales ni un atisbo de risa en la
conmisura de los labios, que la Nati es mucha Nati!.
Y como soy muy sentimental y me lo paso muy mal, pues que no voy a
describiros cómo fueron las despedidas porque recordarlo me pone
triste. Aunque, bien mirado, como dice Marta, nos despedíamos como si
fuéramos a la guerra y la mayoría de nosotros nos volveremos a
encontrar tan solo cinco días más tarde.
Una mirada retrospectiva me hace reflexionar en que, una vez más, se
ha cumplido un encontronazo y sus principales objetivos, y que Itaka
ha salido reforzada. El buen ojo de nuestras avezadas organizadoras,
Berta y Olga, para buscar un albergue aislado que fomente las
relaciones; el mal tiempo y la lluvia que nos han mantenido
semi-aislados parte del tiempo; las provisiones para no morir de
hambre ni de SED en el aislamiento…, todo ha jugado su papel para que
hayan sido unos días de convivencia, de intercambio, de compañerismo,
de relación, de disfrutar de la alegría de reencontrarse con los
viejos conocidos -a los que ya se les tiene un cariño especial-, de
afianzar relaciones con los que no había habido ocasión de tratar más,
y de establecer nuevas relaciones con nuevos viajeros que se han
atrevido a romper con sus miedos y barreras y han echado
carretera'alante hasta encontrarnos. Espero que a ellos, que son los
que más esfuerzo han tenido que hacer para venir, les haya colmado sus
expectativas. Y no quiero dejar pasar el momento para insistir a
Isabel y Ana de Alicante en que apenas han tenido ocasión de saborear
Itaka y que no se lo piensen mucho antes de apuntarse a la próxima
quedada.
Leer en un correo post-encontronazo de una nueva itakeña, que "… os
encontré de casualidad, me apunté para probar, sin conocer a nadie, y
me alegro mucho de haberlo hecho porque lo he pasado genial (…) El
viernes de nuevo parriba!!!, a conquistar Sababriaaa!!!…", me dice que
no lo hemos hecho mal.
En fin!, quiero pensar que los objetivos se han cumplido, que todos
hemos disfrutado mucho y que quien más se ha aburrido he sido yo
porque Ane apenas me ha sacado de la funda.
Firmado: la Sony MVC-400 de la Ane.
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