TIPOS RAROS

El otro día andando por la calle Mayor de Alcalá me encontré con uno de los tios más raros que ha cruzado por mi vida. Le conocí en un curso de Teología que hice en la Facultad de Derecho en la Universidad. Me sacaba por lo menos 30 años y no sé si me quedo corta. Estaba muy solo, se apuntaba a un bombardeo, había hecho todos los cursos de la Universidad para Mayores y no sabía ya en qué meterse. Era muy simpático y me lo iba encontrando por Alcalá continuamente, se empeñaba en invitarme a café pero yo escurría el bulto como podía. No sé cómo pero consiguió mi dirección y cada vez que hacía un viaje me mandaba una postal. Como creía que estaba casada y vivía con mi marido no se atrevía a poner nada personal, siempre que recibía una postal suya me preguntaba de quién era porque firmaba muy raro. No me acuerdo de su nombre, pero sigo encontrandomelo. Gracias a Dios no me reconoce.

Eso me hizo recordar a Jorge, era un vendedor de la Farola, estaba siempre en la misma esquina en la Plaza Cervantes, me contaba su vida, que era topógrafo, que era chileno o peruano, no sé muy bien. Quería que le dejara un poco de terreno para plantar chiles (pimientos picantes). Yo entonces trabajaba en un sitio donde había terreno pero mi jefe no me dejaba. Como me cambié de trabajo y dejé de andar por la plaza me persiguió, subía hasta el Campus y venía a la oficina y nos vendía la Farola a todos.

Un día viene y me pide un favor. Quería que llamara a su mujer. Yo le dije que no lo tenía claro. Pero volvió al día siguiente. Al final la llamé, aunque no pude hacer lo que él quería. Era un poco paranoico. Decía que su mujer estaba trabajando como interna en una casa y que no sabía por qué ya no quería acostarse con él. Pensaba que le engañaba con otro. Quería que yo me hiciera pasar por una funcionaria de Sanidad y le hiciera preguntas íntimas. No sé cómo me dejé liar, no recuerdo qué la pregunté. Pero a él no le volví a ver.

En la puerta de la Parroquia había una chica, la clásica que sabes que está drogándose, siempre pedía a la salida de misa. A mí me pedía un cigarro todos los días. Yo se lo daba y me decía me lo guardo para luego que si me ven fumando al salir de misa no me dan limosna. Hablábamos mucho. Me quedaba en la puerta con ella e intentaba ayudarla en lo que podía, pero con hablar con ella como si fuera una amiga creo que tenía bastante.

Un día la dije que por qué no nos tomábamos un café, nos fuimos al bar de enfrente y al ir a pagar yo no llevaba encima nada, y me invitó ella. Fue una experiencia muy especial, que un pobre me invite a mí. Hace mucho que no la veo.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Se llamaba Wenceslao.
vitalidad ha dicho que…
Ala la lista, que no quería poner su nombre, a ver si en una de estas va y lo lee.
Anónimo ha dicho que…
¡Ja ja ja...!

Encima que la chiquilla, quería ayudar...! Ja ja ja...

Me parto con tus puntazos...

Seguro que era chileno (por las chiles, jejejej!)
¿taré borracha? o con la risa floja?
Pos ma cuesto, que toy rendía!:-)

Echaba de menos, tus historias. A ver si me paso más veces, que me llenas de energia.
Un besillo, o dos. :-)
vitalidad ha dicho que…
Gracias mariose, yo también te visitaré.
vitalidad ha dicho que…
Es curioso, tengo mucho que contar pero lo malo es que no sé cómo hacerlo. Historias en mi vida hay para dar y regalar, mucha gente me ha dicho escribe un libro, pero no puedo, no sé. No basta con el argumento hace falta saber cómo hacerlo. Yo que leo tanto sé perfectamente lo mal que escribo. Me desespero borrando y tratando de mejorar los textos, eso no es para mí. Me sale todo de un tirón como ahora, y entonces vale, pero lo malo es que claro sigo mi hilo en mi cabeza, pero ¿los demás se enteran de algo? Creo que como cuentacuentos valgo más, cuando lo cuento le pongo mucha emoción con la voz, le doy distintas tonalidades y la gente no se aburre o eso creo.

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