MONITORA

Cuando tenía diecinueve años o así cogí un grupo de niños para darles catequesis de comunión. Estaba en confirmación y nos dijeron que había que hacer algo, la única que se lo creyó fui yo y me metí. Hablé con el parroco y me endosó todos los niños que le sobraban y no podía colocar, 30. Eran muchísimos, normalmente hubieran sido 6. Me dio el local del barrio. Nosotros estábamos en una iglesia jesuita en el centro de la ciudad, cuando fui a Roma vi la Iglesia original que siempre copian el Jesú, pero teníamos un garage alquilado que era la otra iglesia, la del barrio. Allí los reunía a los niños y durante 2 años todos los sábados les enseñé lo que pude.

Tuve que pedir ayuda, vinieron mi novio y mi hermana porque yo no podía con tanto niño.

Cuando acabó la preparación, hablé con todos y les dije, que nos habíamos reunido en ese local durante dos años y que sería muy bonito que hicieran allí la comunión, que ese sitio era especial para ellos.

Los niños y los padres, claro, me contestaron que ni hablar, que las fotos en la Iglesia quedarían mucho más bonitas e hicieron alli la comunión. Yo sentí que había perdido mi tiempo aquellos dos años, que no se habían enterado de nada.

Me frustré, a los veinte años.

Luego ya no quise más niños nunca. Cuando me confirmé me ofrecieron jóvenes y tuve un grupo, cinco años, al empezar eramos un montón no sé 20 o así, al final solo me quedaron 5. Esos se confirmaron.

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