VACACIONES SIN NADA

Ha venido a mi memoria una casa de pueblo, apartada del mundo, con un pequeño arroyo cerca, en la que pasé unos días de agosto hace unos tres años. A mí me pareció el paraíso. No teníamos de nada, ni siquiera agua caliente, ni microondas, ni ordenador, creo recordar que tampoco tele. Era de los abuelos de mi novio de entonces, estaba perdida en el centro de Galicia.

Su entrada era muy empinada, cruzada con una cadena de metal que teníamos que desmontar para meter el coche, había una cuesta muy grande por la que me daba miedo sacar el coche por la lluvia. Lo mejor era el terreno, montones de campo y campo que pertenecían a la casa, no sé cuanto era pero era mucho, desde la carretera hasta el arroyo, un campo enorme sin cultivar, algunos árboles, una construcción al lado para las herramientas y otra enfrente más pequeña con una pila que traía el agua directamente del arroyo y que servía para lavar, no lavé mucho, llevaba ropa de sobra.

Recuerdo muy bien la cocina, con una pila de piedra, no había desagüe como nosotros solemos tener sino que salía un tubo de la casa. No fueron unas vacaciones muy alegres, yo estaba deprimidísima y mi novio tenía que estudiar. Pero ahora con la distancia todo te parece perfecto. Cuando te levantas de la cama a las 6 de la mañana en un charco de sudor por el calor que hace piensas en esa casa en la que tenías que usar manta para dormir en agosto, en la que había tanto amor, no había nada más pero eso sí, en grandes cantidades.

No era una casa bonita por fuera, por dentro tenía algún techo de madera interesante, el resto no era gran cosa, pero para mí fue la casa ideal durante aquel verano. Creo que estuvimos seis días, no creo que fueran más.
Yo fui con mi amargura, mi pena, mi dolor injustificado y mis pastillas. Él con sus libros, su calculadora, sus apuntes y un camión de paciencia para no mandarme a la mierda. No quería salir de casa, mejor, no quería levantarme de la cama, sólo quería llorar, él con su alegría se empeñaba en hacer el tonto, en dar saltos, aunque a veces yo le arrastraba a mi pozo. No recuerdo qué comíamos, gas sí teníamos y algo haríamos, supongo que mucho rajo con patatas que es lo que más le gustaba comer. No recuerdo la nevera. Sé que no teníamos cobertura, que estábamos aislados, creo que la casa más cercana estaba a varios kilómetros y me daba miedo que por las noches nos pudieran atacar. Todo estaba verde, todo lo que yo podía ver, pero no me consolaba, no tenía motivos para estar así, sólo estaba enferma.

Vendieron la casa por muy poco dinero, visto desde Madrid claro, allí supongo que estaría bien. Yo quise comprarla pero no pude.

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